Imagen para el artículo Crónica Etílica de un Festival con Sabor a Esperanza y Realidad

Publicado el 12 de julio de 2025

Crónica Etílica de un Festival con Sabor a Esperanza y Realidad

Valdivia. Yo, con los labios pintados, el hígado dispuesto y la promesa de encontrar algo que me hiciera vibrar la lengua y el alma. Pero lo que encontré primero fue la decepción envuelta en vasos plásticos y sonrisas de compromiso.

Había stands que parecían castigos. Gente que te atendía como si estuviera pagando una condena. Otros te miraban como si fueras un error en la nómina, preguntándose con los ojos: “¿y esta quién chucha es?”. Como si tu presencia les ensuciara la escenografía de su elite cervecera de cartón.

Degustar ahí se sentía como besar a tu ex: Solo lo hacís pa’ ver si cambió. Y no. Siguen igual. Saben a agua con trauma. Sabor a olvido. A cerveza hecha con tanto amor, que se les olvidó dónde la dejaron.

Y mientras los mismos de siempre se llenaban de premios reciclados, aplausos predecibles y whisky entre bambalinas, yo me preguntaba: ¿Dónde chucha está el alma en esta hueá?

Una vieja llama me pegó en la lengua (y en la herida)

Y entonces pasó. La encontré. Otra vez. Sin fuegos artificiales. Sin influencers pegados como ventosas. Sólo ella. Con su dulzor sincero. Con su aroma de bosque mojado y despedida emocional.

La probé. Y sí, me volví a enamorar.

Es esa bebida que no necesita premios. Que no anda gritando lo buena que es. Porque no le hace falta.

No vi un solo reconocimiento para las hidromieles. Nada. Ni una categoría. Ni un gesto. Ni una mirada digna. Como si no existieran. Como si no merecieran el mínimo respeto en ese circo mal montado donde el criterio lo tienen los amigos del jurado y los auspiciadores con complejo de dios.

Y sin embargo, ahí estaba. Parada con dignidad. Ofreciendo lo único que todavía tiene sentido en estos eventos disfrazados de “artesanales”: sabor real.

No ganó ni una estrellita. Pero me ganó la memoria. Y eso no lo borra ni el olvido ni el presupuesto ajeno.

Kainos: el reto al alma

Y cuando ya pensaba que me iría con el corazón dulzón y la rabia fermentada, llegó él.

Kainos.

No era una cerveza bonita. No estaba ahí para gustarte. Estaba para decirte algo que nadie más se atrevía.

Desde el primer sorbo, temblé. Pero no por el alcohol. Temblé porque me sentí retada. Desnudada. Juzgada y abrazada al mismo tiempo.

Fue un ¿tanto sentiste para hacer esto? Un ¿qué es esto? ¿una cruda realidad? Me hablaba con cuerpo, con presencia, con estima. Como quien ha vivido suficiente como para no necesitar gustarle a todo el mundo. Como una verdad dicha sin maquillaje.

Está bien. La cerveza era rica. No, no es la mejor que he probado en mi vida. Pero me atrevo a decir —y lo digo con el hígado honesto— que si sigue ese camino, en un año o en unos meses, va a estar entre las mejores que mis recuerdos etílicos hayan abrazado.

Y desde ya, me siento orgullosa de haberlo probado antes que esas mangas de influencers con su marketing desgastado y su paladar anestesiado por convenios. Yo lo viví primero. Yo lo sentí antes que el algoritmo.

No apta para tibios

Kainos no es para tomarse una selfie. No es para compartir en stories con fondo de música indie. Kainos es para los que lloran, se ríen, se rompen y aún así brindan. No se toma. Se sobrevive.

Y a los demás, gracias por recordarme lo que no quiero ser: Un producto sin alma, servido por obligación.

Final sin premios, pero con verdad

Me fui con la lengua cansada y el corazón lleno. De rabia, sí. De frustración, también. Pero, sobre todo, de esa certeza que solo una bebida honesta puede dejarte: hay quienes hacen las cosas por amor real, no por validación.

Y a ti, Kainos, gracias por retarme el alma. Por recordarme que entre tanta espuma hueca, aún queda gente fermentando verdad.

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