
Publicado el 14 de junio de 2025
Restaurantes, tecnología y el arte de no dejarte comer en paz
¿Quién dijo que comer era inclusivo?
Ir a un restaurante hoy es como entrar a una prueba sorpresa del SIMCE, pero con hambre. Ya no te reciben con un “buenas tardes” o un “¿mesa para dos?”, no. Te lanzan la primera prueba:
—¿Escaneaste el QR?
Y se desata el ritual del fracaso.
Sacás el celular. Señal moribunda. WiFi cerrado con contraseña tipo “aBueLa123”. Apuntás. No carga. Cambiás de ángulo, de brazo, de fe. Nada. Hasta que, por arte de la desesperación, se abre un PDF pixelado con una carta que parece haber sido diseñada con lágrimas y WordArt versión 2002. Toda una experiencia gourmet, claro está.
Y si no sabes cómo activar el modo escáner, tienes más de 60 años, sos ciego o simplemente no querís vivir pegado al celular, bueno… te quedaste afuera. Porque en este país la inclusión viene con letra chica y se mide en gigas.
La alta cocina de la frustración
A veces, el QR te lleva a una “app” que parece una tesis mal hecha del primo de alguien que una vez vio un tutorial en YouTube. Todo lento, sin fotos, sin precios, sin alma. Platos con nombres crípticos tipo "Delicia Andina 3.0" (que es una empanada con pebre, pero sin pebre), y cuando preguntás por el especial del día, te responden con cara de “eso ya no existe, pero no lo hemos bajado porque el que lo sube está de vacaciones”.
¿Y si tienes discapacidad visual? ¿O motora? ¿O ansiedad tecnológica? Mala suerte. Acá comer es solo para los que saben navegar en tres pestañas, actualizar el navegador y tener saldo.
Las pymes no comen, sobreviven
Mientras tanto, las pymes (esas que hacen milagros con horno prestado y alma propia) deben pagar por sistemas que les venden aire con estética minimalista:
¿Quieres mostrar tus platos?
Paga.
¿Quieres que se vea bonito?
Paga más.
¿Quieres que funcione? Eso se cobra aparte, reina.
Como si subir una foto de una sopaipilla fuera más caro que freírla. Como si un menú legible fuera un lujo y no un derecho. Al final, muchos terminan con menús escritos con lápiz bic y corrector líquido, que al menos… se entienden.
Chile: donde comer es un privilegio digital
Seguimos confundiendo innovación con poner un QR en una mesa grasosa. Aunque nadie sepa usarlo. Aunque el menú digital tenga más errores que la PSU. Aunque sea más fácil leer runas vikingas que entender cuánto cuesta el pastel de choclo.
Y claro, todo esto con un logo dorado y un eslogan tipo: “Experiencia Gastronómica Integral”. Integralmente confusa, si me preguntan a mí.
¿Estamos condenados a esto?
No.
Pero alguien tenía que decirlo. Y alguien tiene que hacer algo distinto. Spoiler: yo ya empecé.
Porque comer no debería sentirse como rendir la PSU. Y mostrar lo que cocinás no debería sentirse como pagar la matrícula de una universidad privada.
Se vienen cositas jaja.
De esas que se entienden, se usan, y sobre todo: se sienten humanas. Porque la comida es para compartir, no para excluir. Y si no es así... no me interesa fotografiarla.
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