
Publicado el 4 de julio de 2025
Se me cruzaron los cables… y también las ganas de cambiarlo todo
Después de ese día del QR maldito —el del PDF pixelado con estética WordArt 2002— una pensaría que todo queda ahí: te quejás un rato, subís una historia indignada, y te vas a llorar al sushi congelado de la vuelta. Pero no. A mí se me quedó atragantado.
Porque una cosa es frustrarte, y otra es ver cómo la persona que quieres , tu amiga, la de la vista cansada y la dignidad intacta te pide que le leas el menú con vergüenza. Y que tu madre, la misma que te enseñó a cocinar con una mano y a sobrevivir con la otra, no pueda pedir ni un café porque olvidó sus lentes. Te parte el alma. Y el hambre también.
Ese fue el momento exacto en que decidí que no quería seguir siendo solo crítica. Quería ser solución. Con dolor de espalda, ojeras de developer y alma de fotógrafa gourmet, me puse a escribir código como si cada línea fuera una carta de amor para quienes alguna vez se sintieron fuera del menú.
Porque, mi amor, la inclusión no es una función extra. Es lo mínimo.
Nace Carta Maestra: entre la olla hirviendo y el teclado tembloroso
Y así, entre JavaScript y café recalentado, nació Carta Maestra. No como app, no como startup con logo cool y pitches vacíos. Nació como una revancha elegante. Un manifiesto comestible. Una carta digital que no te exige habilidades olímpicas para pedir una sopa.
Porque sí, en este país hay menús más difíciles de leer que un poema de Nicanor Parra mal impreso. Y developers más preocupados de cobrar mantenimiento que de mantener la dignidad ajena. ¿Quieres cambiar el fondo del menú? Paga. ¿Quieres subir una foto? Paga. ¿Quieres que no se vea como el PDF de una tesis del 2008? Paga más.
¡Ya basta! Esto no es brujería, es diseño con conciencia.
No vine a digitalizar. Vine a poetizar la experiencia
Carta Maestra tiene IA, sí, pero con voz humanizada que te cuenta que platillo estas viendo. Tiene PDF, sí, pero para que el admin pueda imprimirlo si no tienes datos, si te da rabia el QR o si simplemente tu celular es más lento que respuesta de ex.
Tiene colores personalizados, inventario real, control del salón y un sistema que no te exige vender el alma para entender cuánto cuesta la lasaña. Tiene alma, estética, y algo que ningún sistema competidor tiene: empatía gastronómica. Porque yo no diseñé esto desde un cowork en Vitacura. Lo hice desde la cocina, con el delantal puesto y el sudor en la frente.
Esto no es marketing. Es memoria
Lo hice por la Zury que fue garzona, que cocinó sin sueldo fijo, que escuchó a clientes maleducados y a jefes que creían que el Excel era más importante que las emociones.
Lo hice por mi amiga, la que aún me dice “léeme tú, que tú sabís de comida”. Por mi madre, que sigue pidiéndome que le revise el menú aunque ahora tenga los lentes. Por los chefs que no entienden de servidores, pero sí de servicio.
Y por todos los que merecen pedir un plato sin sentirse en desventaja.
¿Quieres un final feliz? Acá no hay.
Hay transformación. Hay código con rabia y belleza. Hay un sistema que no es sistema, sino carta viva. Y hay una Zury que se cansó de llorar en la cocina y decidió escribir desde la trinchera digital.
Porque Carta Maestra no es una app.
Es una crítica con nombre propio. Es el menú que no discrimina. Es la respuesta elegante, venenosa y queer a todo lo que alguna vez nos excluyó.
Y si después de esto aún pensás que un QR es suficiente…
Suerte con eso, reina.
pd: pronto publicare el link aun refinando algunas cosillas jaja
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